Mujeres afrodescendientes: Por qué un día al año hace daño

Cada 25 de julio se celebra el Día de la Mujer Afrodescendiente. La fecha, también conocida como Día de la Mujer Afrolatina, Afrocaribeña y de la Diáspora, quedó fijada desde que, en 1992, mujeres afro de 32 países de América Latina y el Caribe se reunieran para enfrentar el racismo con perspectiva de género.
Lo que fue acordado como un día para darle visibilidad al activismo, iniciativas colectivas y necesidades específicas de mujeres afrodescendientes, así como para promover políticas públicas que ayuden a mejorar nuestra calidad de vida y a erradicar la discriminación y el racismo sistémico, paradójicamente se ha convertido en un día en que antirracistas, afrofeministas y mujeres afro nos exponemos con un mayor grado al racismo mismo que combatimos.
Es común que año tras año se nos pregunte por qué un día para las mujeres afrodescendientes. El problema no es la pregunta sino lo que ocurre luego de ser respondida. En algunos casos lo que impera no es un genuino deseo de saber el origen y los motivos de este día, sino refutar y homologar experiencias raciales o denunciar un tal «racismo inverso».
Hace un año en esta misma fecha una comunicadora de medios oficiales escribió en su muro de Facebook: «Si hay un día de la mujer negra, ¿habrá un día de la mujer blanca o amarilla? ¿Eso no es discriminación disfrazada? Para mí hay un día de la mujer y punto». Lo de la Fulana no es otra cosa que racismo disfrazado de sentido común o de obviedad.
En uno de los comentarios de la misma publicación, explicó que ella también había sufrido racismo cuando en la escuela unas muchachas negras y mulatas no la dejaron participar en un baile.
Las que me cuesta un poco más tolerar son las preguntas capciosas. Esas que vienen con una afirmación falsa detrás que pretende poner en duda la desigualdad histórico-social de las personas afrodescendientes y el impacto que esta tiene en mayor medida en mujeres y disidencias sexuales. «¿Para qué un día de la mujer negra, si ya las mujeres negras pueden llegar a ser lo mismo que una blanca?», se cuestionan.
En ocasiones mencionan a famosos, millonarios y empresarios afrodescendientes para demostrarte que se puede, que estamos en iguales condiciones y que lo que tenemos es que trabajar. Dejar de ser vagos. Los prejuicios de la vagancia y de la delincuencia nos han acompañado desde siempre, y quienes lo apoyan lo único que muestran es su desconocimiento sobre cómo operan el racismo estructural o sistémico y el complejo industrial carcelario y lo bien afianzadas que están nuestras sociedades sobre el racismo y el punitivismo negro.
Algunos se atreven a más: «¿Para qué un Día de la Mujer Afrodescendiente si ya no hay racismo, qué problemas tienen?». Otras veces lo que cuestionan es el término «afrodescendiente». En ese caso, todos reclaman su trozo de afrodescendencia: «Yo también soy afrodescenciente, todos en Cuba lo somos, y no todos necesitamos un día ni nos quejamos tanto».
Con afrodescendientes nos referimos a un grupo de pueblos con experiencias diferentes pero de origen común: África, a cuyos antepasados se les expropió sus riquezas, esclavizó y desplazó fundamentalmente hacia América, y todavía hoy sufren racismo, discriminación, borrado y segregación. Afrodescendiente es, antes que todo, un concepto vindicativo y es además un concepto político surgido también como resistencia a las categorías «negro/a», entre otras impuestas por el pensamiento racista y colonizador.
Al término se le puede hacer críticas. De hecho, se le hacen. La escritora y feminista antirracista venezolana Esther Pineda, por ejemplo, aunque reconoce la importancia de utilizarlo, admite que «uno de los inconvenientes en cuanto al uso de la categoría afrodescendiente es que contribuye a homogenizar experiencias disimiles. Al no ser todo Afrodescendiente negro, muchos de estos auto reconocidos como afrodescendientes (…) pero cuya herencia africana no se hace perceptible, no han sido discriminados ni han sufrido de forma directa los embates del racismo».
Considera, por tanto, que el uso de afrodescendencia «como manto unificador de la experiencia racial por la descendencia étnica contribuye a la invisibilización de la situación racializada y discriminada del afrodescendiente visible», es decir, de «aquellos individuos que por sus características fenotípicas y pigmentación pueden ser identificados y vinculados de forma inmediata con las personas africanas».
Nunca faltan quienes se preguntan si definirnos como afrodescendientes, crear nuestras propias redes, grupos, alianzas e iniciativas colectivas no es auto discriminación y auto segregación. Me pregunto, a expensas de caer en una falsa equivalencia, si pensarán lo mismo de los médicos cuando celebran su día o de los abogados cuando se reúnen en su bufete.
Al «Día» también se le pueden hacer críticas, desde luego. De entrada que se haya institucionalizado como día de la Mujer Afrodescendiente, en singular, pareciera que homogeniza las experiencias de todas las mujeres afro, cuando sabemos que no solo entre todas las mujeres hay diferentes realidades sino dentro del mismo grupo de mujeres afro existen otras brechas.
Lo otro que decir de la fecha es que desconfío de esos días institucionalizados, tutelados por organismos internacionales y ONGs muy comprometidas con la inclusión pero muy poco con dinamitar los sistemas opresivos. A veces todo ese activismo institucional onegero me parece negocio.
Son válidos esos tipos de crítica, desde mi punto de vista. Lo que no es válido es aprovechar el día para agotar a activistas antirracistas y desatar todo su racismo. Los que hacen estos cuestionamientos no hacen otra cosa sino legitimar la necesidad de estas jornadas. Una demostración de cuánto todavía nos falta por erradicar en materia de estigmas prejuicios, discriminación y racismo.

Como dije en otro texto en que hablaba de la inversión de opresiones, para algunas personas blancas, racismo es que les llamen blancos, que no la dejen bailar o transitar por un barrio de negros. Mientras que para las personas negras, el racismo es tener limitado el acceso a los recursos, al conocimiento, a la política y al bienestar. Es tener que lidiar con el acoso policial, con un anuncio de empleo que diga que la persona para el puesto solicitado ha de ser blanca, con un menor acceso al empleo y a la vivienda. Racismo es que las prisiones estén llenas de personas negras y que sean principalmente personas afro y negras las que viven en comunidades vulnerables, empobrecidas.
El racismo es un sistema que, como sistema al fin, no depende de la generosidad o del éxito o en caso contrario de la ruindad de una persona en particular. Que haya personas negras famosas, millonarias emprendedoras, personas blancas antirracistas o programas de ayuda, reparación y justicia, no invierte la pirámide de desigualdad histórica, social y económica que mantienen brechas abiertas desde el periodo de expropiación y colonización.
Que haya experiencias desagradables de personas negras hacia blancas motivadas por prejuicios raciales (miedo o rechazo a la blanquitud, creer que las personas blancas no saben bailar, etc.) no constituye racismo. Para que lo fuera la historia tendría que haber sido al revés. No tenemos, como colectivo, el poder para socavar esa estructura de hace más de 5 siglos, no tenemos ese poder para borrar o dificultarle el acceso a personas blancas a los medios de comunicación, a la política, la economía, el acceso al trabajo. A diferencia de lo que ocurre con personas negras y afrodescendientes, no hay una estructura que sistemáticamente se los haga o esté diseñada para hacerlo.
Racismo estructural e institucionalizado es que en Cuba periodistas, comunicadores, voces amparadas y amplificadas por el oficialismo, miembros de la Asamblea del Poder Popular y del Partido Comunista y el Instituto Cubano de Radio y Televisión, usen estereotipos y lenguaje racista en discursos, publicaciones en redes sociales y audiovisuales televisivos. Es que la policía, los agentes de la seguridad del Estado y miembros de la cúpula del poder blanco cisheteronormativo discrimine a sus opositores y a cualquier disidente con la triada que nunca viene separada: racismo, clasismo y elitismo, y que además imbrican con expresiones de homo-lesbo-transfobia y misoginia.
Racismo estructural es que en Cuba, aun cuando el proceso revolucionario de 1959 intentara revertirlo, datos del Censo de Población y Vivienda según el color de la piel (2016), publicado en 2020 en el sitio web de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), uno de los estudios más recientes que entrelaza las categorías de sexo y raza, reveleden que las mujeres negras y mestizas tienen mayores tasas de desocupación, sean mujeres blancas las que ocupen más cargos de dirección, gerencia y trabajen en mayor proporción en el sector turístico-hotelero, en el campo de la ciencia y la innovación, mientras que las mujeres negras y mestizas ocupen en mayor proporción puestos no calificados o de servicios y trabajen en la construcción y otros oficios. Misma situación en el sector no estatal.
Lo sorprendente es que estos datos se contradicen con los niveles educacionales reflejados en este mismo informe, según el cual evidencia que son las mujeres negras las que en mayor proporción terminan sus estudios universitarios. Y sin embargo son de este grupo a las que más se emplea para puestos de limpieza, servicios domésticos, cocina y otros de este tipo, no solo atravesados por la raza sino también por el género.
Las más de 400 mujeres que se reunieron en Dominicana también abordaron esta situación: cómo el sexismo imbricado con el racismo precariza las vidas de mujeres afrodescendientes y las desplaza a los márgenes, a los empleos no calificados o informales, en Cuba, por ejemplo, el de las llamadas coleras y vendedoras ambulantes. Estas situaciones se complejizan cuando estas mujeres además de negras y mestizas son rurales o son migrantes.
Hicieron también un llamado a la importancia de combatir los estereotipos y prejuicios que pesan sobre las mujeres negras. Mi conciencia antirracista empezó a la par de mi transición de género. A medida que esta última avanzaba, me daba cuenta de que, alternativamente y la mayoría de las veces fusionadas todas, vivía experiencias de transmisoginia, transfobia y de racismo.

En aquel entonces me encontré con una entrevista a una activista trans antirracista colombiana cuyo título decía: «Ser mujer trans es difícil. Imagínate ser trans y negra». Al compartirla en mi muro una amiga me comentó que era lo mismo que ser una mujer trans blanca.
Muchas mujeres negras se han separado del llamado feminismo blanco o hegemónico por no reconocer que no ha sido principal ni únicamente el género el que las mantiene en desventaja social, sino también la raza, la clase y la territorialidad.
En el caso de mujeres trans negras la transfobia nos viene la mayoría de las veces interconectada con el racismo. Los insultos y burlas son racistas queriendo ser tránsfobos o tránsfobos haciendo uso del racismo. Sobre nosotras arrojan los mismos estereotipos y prejuicios raciales que en general se tiene de personas negras. Según estos prejuicios, las mujeres trans somos vagas, no queremos trabajar, somos marginales y delincuentes.
Se dice que las transiciones de género no son para nosotras, que eso es de blancos que van a lucir mejor de mujer, porque ser negro y maricón queriendo ser mujer es el mayor de los infortunios y desequilibrios. Tenemos que lidiar con el estereotipo que también pesa sobre las mujeres negras cisgénero de que son menos femeninas que las blancas. Ahora, imaginen nosotras que ya por naturaleza y constantemente no somos clasificadas como femeninas. El esfuerzo es doble.
Así como a las mujeres negras se nos menos tiene por menos femeninas paradójicamente existe sobre sus cuerpos una profunda hipersexualización que también alcanza a mujeres trans negras. Se supone que como mujer negra y trans sea una gran atleta sexual, pura fogosidad, explosión de testosterona y de masculinidad. Quienes nos ven y desean como objetos sexuales con un rol sexual activo, nos imaginan como portadoras del gran pene, máquinas folladoras y con un buen desempeño en la cama.
Por si fuera poco, mucho menos escapamos a las altas tasas de desempleo, a los empleos en limpieza y a la desigualdad estructural que se incrementa ya no solo en base al género y la raza, también a la identidad sexo-genérica.
Este 25 de julio fue el día de recordarle o de informarle estas cuestiones a los estados, los gobiernos, a la blanquitud y al sistema cisheteronarmativo de paso, pero a nuestro ritmo y bajo nuestras condiciones. Sin imposiciones ni diálogos tramposos. Siempre es un buen día para leer y escuchar a activistas antirracistas, intelectuales negros y afrofeministas. Una vez al año no les hará daño.

12 de octubre: Celebro y reivindico mi derecho a ser «no humana» - Tremenda Nota
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[…] había caído en la cuenta de que se equivocan quienes cuestionan que haya un día específico para celebrar la afrodescendencia y no uno para la raza blanca. Sí […]
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Ananda
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Gracias, siempre es un placer leerte
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