La cantante Vivir Quintana en Cuba: «No podemos dar a nuestros agresores la comodidad del silencio»

Era la cuarta Viviana de su clan familiar y, al igual que las 3 anteriores, quiso dedicarse a cantar. Su música escapa de las lógicas del mercado. Habla de amor, reivindicación, lucha y resistencia con filtros violetas. Donde se escucha Vivir Quintana, todes conectan y hacen match con sus canciones. Nos eriza la piel.
«…si en otros cielos yo cayera, que me regresen a mi hogar»: La casa de la esquina (Vivir Quintana)
Viviana Monserrat Quintana Rodríguez, hija de profesores normalistas, creció en una casa de Francisco Madero, en Coahuila. Era costumbre del padre, los fines de semana, colocar en el patio de la casa un tocadiscos viejo donde ponía música para cantar con ella y sus dos hermanos. La madre se quedaba hasta tarde con ellos recitando poesía latinoamericana. Por ahí le viene el amor a la creación y a la palabra.
«Desde muy chiquita me gustaba la música y la poesía, escucharlas y, sobre todo, saber de qué trataban. Me ayudaron muchísimo a darme cuenta de que tenía una voz, y a darme cuenta que había otras realidades. La casa de mis papás es como mi sitio favorito en el mundo para crear. Fue ver un crecimiento, de ellos y de nosotros; íbamos creciendo juntos», recuerda la cantante.
A los 16 años supo que quería vivir de la música. En provincia existe la idea de que ir a una ciudad grande es triunfar. Decidió entonces irse a Saltillo, la capital de Coahuila, y de ahí a la Ciudad de México. Su primer quiebre fue en la facultad de música, donde se dio cuenta de que la música clásica era la línea impuesta.
«No me dejaban tocar porque mi pasión es la música regional y me decían los profesores: “no, esa no es música”. Entonces me pasé a estudiar la Normal. Hacía música en bares y mariachis a la par que estaba estudiando. Empecé a deprimirme y cuestionar mi voluntad, mi fuerza y mi paciencia».
Viviana sentía que las cosas no lograban concretarse para ella. Fue gracias a la terapia de descodificación que descubrió las lealtades que tenía con sus ancestras. Las «Vivianas» de su familia que le antecedieron no pudieron dedicarse a la música. Su terapeuta mencionó la posibilidad de tomar un nombre artístico para recorrer su propio camino, agradeciéndoles, pero siguiendo adelante, y entonces adoptó el nombre de Vivir.
«Internamente, no quería fallarle a mi clan. Recuerdo la historia de mi abuela materna. Ella de niña quería cantar. En una ocasión participó en un concurso de canto de su pueblo, pero apenas iba a abrir la boca para cantar en el escenario, su padre la cogió del pelo, casi literalmente, y la bajó. Se molestó mucho y dijo que “las mujeres deberían estar en la cocina, no entreteniendo a la gente. En mi caso, me costaba mucho pedir cosas, hacerlas, o levantar la voz, porque ya me había pasado muchas veces de ir a pedir oportunidades y me decían no, no y no.»
Su nuevo nombre inauguró la oportunidad de encontrarse gente talentosa, la certeza de que hay público para todas, y de que podía hacer de su discurso algo poderoso. Luego llegó a la Sociedad de Autores y Compositores de México.

«Allí encontré ese lado bueno de la música, esa cara bonita, realmente la que te abraza y la que te enseña, la que te comparte lo que sabe, me di cuenta que tienes que compartir todo lo que sepas; que todas las cosas que te pasaron no tienen que volver a pasarle a otras», dice.
«Yo soy de las mujeres que dicen: “pues si a mí me costó, que a la que viene atrás de mí que no le cueste tanto”, porque somos las que tenemos menos espacios en festivales, menos espacios en escenarios, menos espacios incluso en regalías de compositores de México. A mí me hubiera encantado que alguien me dijera: “oye, es por aquí” y que me abrazara cuando estuviera fuera del metro Balderas, llorando».
«…junto a ti quiero luchar descalza, no vas sola, vamos todas»: Sorora (Vivir Quintana)
Latinoamérica tiene una historia de música para protestar, hecha por mujeres: Violeta Parra, Mercedes Sosa, y tantas que fueron cantautoras con un discurso desafiante. Para Vivir Quintana la música siempre se queda en el inconsciente de las colectividades.
«Nunca ha habido una revolución sin música y tampoco hay música sin revolución. Es un agente de cambio y un llamado a la acción», declara.
«Empecé a interesarme mucho por los movimientos sociales porque desde niña veía todas las injusticias que pasaban alrededor mío. Cómo las niñas y los niños no podían obtener educación o que sus papás les decían “ahora te tienes que poner a trabajar porque no hay de otra”».
Desde entonces Vivir conecta con cada historia y muta ese dolor en canciones y corridos. No solo hace de su música una herramienta política. Es un espejo que invita a entender que el cambio empieza casa, luego en la comunidad, luego en las calles.
«Para mí la sororidad es tener la apertura de entender, comprender y escuchar a mis compañeras con esas ganas de cambiar el sistema. De poder ponerme en los zapatos de todas las mujeres, de todas las formas posibles. De deconstruir, que es difícil, porque crecemos con muchas creencias y costumbres muy permeadas».
«…nos sembraron miedo, nos crecieron alas»: Canción sin miedo (Vivir Quintana)
Hacerse feminista es, para Vivir, un trabajo de todos los días. Comenta que la cosquilla le llegó un día, con sus amigas, mientras se tomaban una cerveza. Tocaron el tema y agarraron los teléfonos para investigar.

«Fue como un rebote, porque concluimos que eso ya lo veníamos haciendo, pero teníamos que explotarlo y estudiarlo más, porque también se trata de estudiar, de investigar, de estar ahí todos los días. Porque la sororidad también empieza con una misma, con ese ejercicio de comprendernos mujeres, de saber que ocupamos un lugar también en este mundo y que este mundo también nos pertenece.»
Entenderlo, acompañada por sus amigas, ha sido un proceso hermoso para la cantautora, pero también doloroso, «porque vas empezando a ver cómo hay cosas terribles que tenías súper normalizadas».
«Empecé escuchando mucho antes de dar mi opinión, sobre todo en la calle, porque la calle te enseña muchísimo de feminismo. Aprendes mucho cuando estás inmersa en la lucha», explica.
«Canción sin miedo», devenido en himno del movimiento feminista latinoamericano, viene a ser como el oxímoron de la dulce alegría y la amarga dulzura. Es ese grito en respuesta a la violencia que viven las mujeres en México.
«Nos hermana tanto el dolor, nos conecta muchísimo a las mujeres no solo de México, sino de Latinoamérica y del mundo. No podemos dar a nuestros agresores la comodidad del silencio, aunque en México siempre haya imperado la cultura del silencio», declara.
«El pacto patriarcal es querer perpetuar tus privilegios y los de tus compañeros sin hacer nada. Ignoran al movimiento feminista porque nos tienen miedo».
Las similitudes entre México y Cuba en ese sentido, van más allá de crecer en una comunidad machista, en un país machista. La propia Vivir aseguró haber sido víctima, durante su estancia en Cuba, de ese abuso normalizado.
La cantante estuvo en La Habana para la pasada Feria Internacional del Libro, que estuvo dedicada a México. Se presentó en el castillo de la Cabaña, la sede principal del evento, en la tarde del 28 de abril. El recital tuvo un tono más atrevido, cuando permitió que el feminismo cubano usara los micrófonos para denunciar la violencia de género.
La ronca voz de Vivir Quintana cantó y fue coreada en Cuba: «¡Y retiemble en sus centros la tierra, al sororo rugir del amor!»