El viaje de Librada, la que venía en busca de Cuba y se encontró con una marcha épica


3,018 Vistas
Librada.

Quise arrancarme a Cuba de la memoria a los 11 años, cuando llegué a Hialeah. Pensaba que en «La Yuma» todos eran un poco pájares. Dejaba detrás a mi padre guajiro y machista, y el acoso de esos chiquillos del barrio que bailaban trompos en la calle. Aprendí a hablar inglés en un año, traté de borrar mi acento y comencé a escribir mi nombre en la lengua de Shakespeare. 

A los veintidós años me mudé a Nueva York, y sin tener con quien hablar ni a dónde ir aquel invierno, entré a la biblioteca. En el catálogo no quise buscar a Goethe, ni a Jean Cocteau; busqué «queer cuba» para aliviar mi soledad y cuando pedí un libro, supe que los materiales de esa colección no circulaban fuera del edifico. Ese invierno fui a la biblioteca casi todos los días. Empecé con Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas, y seguí con Virgilio Piñera, Severo Sarduy; leí decenas de ensayos académicos y bibliografías en busca de un mapa hacia una identidad trans y cubana. Cansada de tratar de entender Cuba de lejos, rompí el silencio con mi padre en una carta que firmé con mi nombre real, uno que él desconocía. 

En 2019 llegué a Cuba —colada en un grupo de gais y lesbianas cubanoamericanas que nunca habían visitado la Isla— con la intención de asistir a algunos eventos LGBTI+. Horas después de llegar a La Habana, estaba parada en la puerta del cabaret Las Vegas, donde me dijeron que no podía entrar sin mangas por no estar vestida de hombre ni de mujer. 

Nuestro itinerario del sábado había cambiado después de la cancelación de La Conga del Cenesex. Íbamos de vuelta, rumbo al hostal, cuando les conté al grupo que se había preparado una manifestación autónoma en lugar de La Conga. Protestaron, porque les dolían los pies de caminar por el malecón, a lo que respondí que, tal vez, nos perderíamos un momento histórico. Yo estaba dispuesta a bajarme del carro y caminar, pero al final se embullaron todos. 

Te puede interesar: Así fue el Stonewall de La Habana

Pasando por el hotel Inglaterra vi ondear la bandera cubana y la de arcoíris a espaldas de Martí. No podía contener las ganas de bajarme del carro, pero el chofer insistió en estacionar el taxi. Perdimos de vista por un momento a quienes se manifestaban, y al ver de nuevo el Parque Central, mi temor se concretó:  habían desaparecido las banderas y también la multitud. Corrí hasta allí para ver si veía policías y actos de violencia, pero ya la gente marchaba hacia Prado. 

Caminaba junto al grupo, sentía que estaba en Nueva York o en Miami, pero estaba en la tímida Habana mía; todo tan familiar: activistas negras al frente de la lucha, la gente que venía a buscar novies, la prensa sensacionalista…  Paramos al final de Prado y por primera vez noté la presencia de la policía. Negociaban con el grupo que marchaba en la vanguardia. Los constructores en el Hotel Paseo del Prado, colgados en sus andamios, chismeaban. 

Te puede interesar: 11m: recuerdos de un día que no sucedió

Un amigo del grupo me dijo: «They’re trying to push on to the malecón». Entonces oí a alguien que gritaba: «¡Por San Lázaro!», y pensé que invocaba a Babalú Aye para continuar hacia el mar. Me detuve un momento para grabar un video de las banderas que ondeaban sobre mí y entonces sentí un grito desesperado. Seguí con la cámara lo que hubiera seguido con los ojos y descubrí, mientras miraba la pantalla, que dos personas, quizás agentes encubiertos, sacaban a alguien fuera del grupo, mientras le apretaban el cuello. 

Me separé de mis acompañantes y caminé hacia el frente de la muchedumbre. En ese momento metían a alguien en una patrulla y, mientras tomaba una foto, pasó un autobús azul que parecía estar lleno de policías. Entonces sentí miedo y recordé que tenía un pasaporte cubano. Busqué a mis compañeres; los silbatos de la policía sonaban por toda la cuadra. Un grupo de activistas negres decidió continuar protestando, y se sentaron en el pavimento mientras la manifestación se disolvía. También quisieron irse mis compañeres y les seguí… 

Miré hacia atrás y vi un grupo de turistas que paseaba por el Prado, niñes que se mecían en un columpio improvisado con el arte de la Bienal, y el mar. Ese mar que no había cambiado.

Te puede interesar: Una marcha habanera para extraviar un nombre

Tags:

Avatar

Librada González Fernández

Es una mujer no binaria que fundó el Archivo Cubanecuir, un proyecto para conservar la memoria LGBTI+. Decidió usar en esta crónica un género neutro, impulsado por el activismo cuir para llamar la atención sobre las estructuras discriminatorias del español.

Comments (3)

Haz un comentario