Editorial: El 11J como lo entendimos las pájaras

«Golpe de Estado vandálico» es el último diagnóstico que hicieron las autoridades sobre las protestas del 11 de julio de 2022, un incidente con mil escenarios e infinitos rostros que quienes lo protagonizaron del bando rebelde, sintieron a tiempo completo como una revolución popular.
Los relatos del 11J son básicamente tres. El de los tribunales, el de Justicia 11J y el de los propios manifestantes.
Los tribunales dicen que todo fue violento. Justicia 11J, una organización opositora, insiste en que todo fue pacífico. Los manifestantes, unos delincuentes según los tribunales y unos niños para Justicia 11J, cuentan una historia mucho más nítida.
Explican, por ejemplo, que en La Habana, por Aranguren y Ayestarán, la primera piedra la tiraron ellos, no la policía. Revelan, y esto es más grave, que por Toyo venían unos motociclistas con sacos de palos listos para pelear y que los repartían entre los vecinos.
Dicen, también, que nadie les pagó para salir a la calle ni habían bebido esa tarde. Admiten que saquearon la tienda con placer porque la venta de productos imprescindibles, en una moneda a la que no tienen acceso, es humillante.
Avisan que la policía tenía más experiencia y mejor armamento, y con esa ventaja les dio una paliza. Aseguran muchos que fueron pacíficos y, no obstante, les dieron la paliza.
El relato de los manifestantes, no el que hacen frente a los jueces, sino el que cuentan en secreto a sus madres, a sus amigas, a sus abuelos, a sus novias, es el más parecido a la verdad porque no presume de victorioso.
El 11J fue una derrota para el gobierno, por razones obvias, pues perdió cualquier ilusión de consenso y ejerció una violencia que debilita su legitimidad. Fue una derrota también para la oposición, por razones que están menos claras y vale la pena precisar. La oposición no organizó la protesta, no pudo liderar nada, no encabezó ninguna de las manifestaciones. Vio llegar su momento y se le escaparon las riendas.
Ambos polos políticos cubanos han querido apropiarse del 11J y presentarlo como un crédito propio, pero nadie les cree. Las protestas las hizo la gente como pudo, sin mapa para llegar a alguna parte, con piedras en las manos y con las manos vacías, con consignas anticomunistas y con los viejos lemas socialistas.
Como todo hecho histórico desbordado, el 11J ha sido falsificado. La historia completa está por contarse. Nadie ha podido documentar hasta ahora la significación total de ese día a partir de sus instantes comunes, extraordinarios y contradictorios. En cambio, tanto las autoridades como su oposición esperan, al menos por el momento, que las paradojas de la jornada sigan pendientes de aclararse.
Decir que el móvil principal del 11J fue el hambre, sería reducir la conciencia de ciudadanía que tienen los cubanos. Por el contrario, decir que tanta gente, decenas de miles de personas en todo el país, salieron a protestar impulsados por el sueño filosófico de la libertad, es una tesis que exagera la facultad civil de generaciones inexpertas.
Las mujeres trans con las que conversamos ese día resolvieron todas las contradicciones del 11J. Adriana, Chanel y Analía enumeraron los dramas particulares de las personas LGBTIQ+, sumados a los problemas que enfrenta el resto de la gente en medio de la crisis económica.
Chanel, negra además de trans, al final dijo: «Ya está bueno de este país así como está». Esa frase, dicha al descuido, con el cansancio de ir a pie pensando, a solicitud de una periodista, en las infinitas razones para protestar, resume el sentido del relato de los manifestantes.
Y es por eso que la protesta no termina, aunque sepamos, por ejemplo, que Brenda Díaz, una de las mujeres trans condenadas a prisión por el 11J, efectivamente participó en el saqueo de una tienda.
Ante la transfobia con la que ha sido tratada por el sistema penal, donde además de hacerla convivir con hombres también le imponen que se masculinice, como hicieron cuando le cortaron el pelo al momento de internarla, la pequeña comunidad de activistas LGBTIQ+ ha dicho lo mismo que Chanel: «Ya está bueno de este país así cómo está».
Si las organizaciones defensoras de derechos humanos u opositoras, prefieren citar los nombres de otros presos, imprimir carteles con los retratos de otros presos, porque Brenda es, para su relato lo mismo que para el oficial, una pieza desajustada, se refuerza la convicción de Chanel: «Ya está bueno de este país así cómo está».
Si el parlamento cubano decidió someter el Código de las Familias a un referendo, sosteniendo tácitamente que quienes mandan tienen derecho a usar a los demás como moneda de cambio político, y la oposición, por su parte, reniega de la ley que favorecerá a la comunidad LGBTIQ+ y a otros sectores solo porque viene del gobierno, decimos con Chanel: «Ya está bueno de este país así cómo está».
El 11J, evaluado a un año, parece una posibilidad ciudadana que se siente infinita y a la vez un camino cerrado para todos los políticos.
Cuando decimos lo que dijo Chanel, no estamos dando beneficio a ningún discurso, a ningún programa, que no sea el de la ciudanía. Todo lo demás, por el momento, es la historia incompleta de una protesta en la que tu héroe no es su delincuente. Nada más es alguien que se salió a decir: «Ya está bueno de este país así cómo está».
