«De la oficina al laberinto»: El relato de un expolicía que estuvo entre los manifestantes del 27 de noviembre


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Ricardo Acostarana (Foto: María Lucía Expósito)

Una vez leí o escuché decir que «la represión en Cuba no tiene sed de sangre, es utilitaria». En ese momento no estaba preparado para pensar en todo lo que se rompía con semejante afirmación.

Sé de amigos, conocidos y extraños, a los que la represión, sin una pizca de sangre o lesión física, les ha pasado por arriba y ellos siguen plantando cara.

Con cada uno de ellos han utilizado técnicas semejantes. Desde la citación para una supuesta entrevista (documento entregado que no respeta con el protocolo), hasta secuestros en plena calle a cualquier hora, chantaje familiar, reclusión domiciliaria sin causa legal que la justifique, expulsión de centros de trabajo, de alquileres, expulsión también del país y otras más actuales que se expresan en las redes sociales. Dígase «ciberclarias».

Todo esto es periódico viejo. La otra cara del asunto es la represión de verdad, el estrangulamiento para conseguir la obediencia. El tonfazo, las luxaciones. Montarte en una patrulla, dejándote como un papel estrujado. Y en mi caso, como pasó con muchos jóvenes en la noche del 27 de noviembre de 2020, frente al Ministerio de Cultura, rociando con gas pimienta.

El ambiente se hizo más complejo a medida que anochecía. La policía y los grupos de «respuesta rápida» tenían cercadas a más de trescientas personas. Sabíamos que no podía ocurrir ningún incidente que propiciara un enfrentamiento entre la población civil y los cuerpos armados. La presencia de artistas e intelectuales de reconocimiento internacional era una especie de muro de contención moral, en caso de que algo ocurriera. Y ocurrió.

Sobre las 11 de la noche salí del tumulto con un grupo de amigos, entre los que estaba mi pareja, para comprar cigarros y una botella de agua. Llevábamos horas sin fumar y mendigando buches.

Fue en la calle Línea donde un capitán nos advirtió que no podríamos regresar. Respondimos con «buenas noches» y caminamos varias cuadras sin encontrar nada que comprar. En lo adelante todo fue seguir por un laberinto, un laberinto oscuro, porque «casualmente» hubo un apagón.

Intentamos regresar a la manifestación por cada una de las esquinas que daban al Ministerio. Dos cuadras más arriba, el cerco ya nos asfixiaba. Grupos de oficiales uniformados y vestidos de civil, mujeres y hombres, nos impedían pasar.

Un capitán nos desafió a pocos centímetros de nuestros rostros. No pude mirarle a los ojos por la oscuridad y la impotencia. Nunca perdimos la comunicación con los amigos que quedaron frente al Ministerio. Allí tampoco había electricidad.  A pesar de eso, la gente no dejaba de cantar a la luz de los celulares. Ya se extendía la voz de que varios grupos querían entrar y no los dejaban, como a nosotros.

La segunda vez los increpamos y supimos que acataban órdenes sin más argumento. Para acatar órdenes no hace falta sentido común, sino la capacidad de realizar la tarea. El sentido común y la aptitud no van de la mano.

«Van a dormir trancaditos hoy», fue lo último que le escuché decir a una oficial cuando salimos caminado rumbo al último acceso posible. En cada esquina ocurría lo mismo con otros jóvenes que querían entrar y les negaban el acceso. Nos fuimos juntando.

Éramos una masa compacta y agotada, pero determinada a llegar hasta el final. Cinco o seis policías apostados en la esquina de Línea y 2 nos querían impedir el paso.

«Vamos a pasar porque es nuestro derecho, pero lo vamos a hacer justo como ellos no quieren que suceda, de manera pacífica, con las manos en alto y alumbrando con nuestros celulares», dijo uno de los más de cincuenta jóvenes que subíamos por la calle 2.

Yo temblaba del brazo de mi novia. Me repetía una y otra vez que «la represión en Cuba no tiene sed de sangre, es utilitaria». Aquello que estaba sucediendo superaba absolutamente todo lo que conocía. Sabía que era posible, pero no ahí, no así. No a nosotros.

Avanzamos. Algunos tomados de las manos, otros filmando, muchos con los brazos en alto. Todos mirándonos a los ojos en un apagón total y bochornoso. La mayoría no nos conocíamos.

Un guardia se comunicó con sus superiores para pedir refuerzos. Alzó un aerosol. Era gas pimienta o algún derivado. Lo supimos porque otro de los oficiales, cuando vio a su compañero rociando el piso, le sugirió echárnoslo en la cara.

Algunos enviamos mensajes de audio para que los de arriba, frente al Ministerio, supieran lo que estaba sucediendo. La policía intentó hacer un cordón para que no pasáramos, pero fuimos más rápidos que ellos. El refuerzo nunca llegó. Nos dispersamos, corrimos cegatos con el gas en los ojos.

Iba literalmente a ciegas, hacia delante, sin saber si iba a topar con un árbol o un muro, empujando el peso de otra persona, mi pareja, que a su vez aguantaba el peso de otra que se le arrimó como pudo. Correr así es lo más terrible que me ha pasado.

Cuando llegamos nos recibieron con aplausos. Mi novia me abrazó. Yo estaba catatónico. Justo en ese momento entendí la frase «la represión en Cuba es utilitaria».

Antes de llegar al Ministerio de Cultura trabajé varios años como oficial de policía. Me fue negada tanta información que viví en una burbuja con oxígeno alquilado, hasta que salté de la oficina al laberinto.

Comments (3)

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    Héctor Pineda torres

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    Este no es el comiezo, esta es la continuación de algo que ha estado ocurriendo,durante largas decadas pero que muchos no creyeron hasta que la vivieron en directo; Es aquí, donde hasta el mas tonto e incrédulo descubre, que si existe un manual de instrucciones Siniestro y malévolo por donde estos señores al pié de la letra se rigen…

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    Camilo libre

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    Se me salen las lágrimas mientras leí este testimonio… Necesitamos volver hacer un 27-N en toda Cuba. Cuba será libre hermanos y esta en nuestras manos juntemos las fuerzas de una vez y por todas.

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