Cerca de las doce lo pilla el llamado «¡Venimos a buscarlo!». Justo a la hora del almuerzo, cuando iba a disfrutar de un suculento plato compuesto de pollo ripiado, col y pimientos. Pajarerías gastronómicas, mezclas raras que se le ocurren en tiempos de extremo racionamiento.
«De tanto andar con maricones se te quedó el veneno», acostumbraba a decirme Dania ante alguno de mis sarcasmos. Ojalá hubiera sido ese el único de sus comentarios sobre lo que ella creía que era la maldad intrínseca de todo gay.
A las nueve menos cuarto de la mañana, puntualmente, por una minúscula rendija de la puerta, observa cada movimiento del nuevo vecino que aterrizó para inquietar su aburrida existencia.
Es toda una profilaxis clínica lo que proponen para que los jóvenes no sean «femeninos», para que no vuele ninguna pluma al viento de Shanghái. Los «elvispreslianos» perdieron la calma asiática y andan diciendo: «Ay, mi China, ¡con esa pastilla no resuelves esta ‘enfermedad’!»